“Entender que mi voz vale y que debe ser escuchada”: la historia de una joven paraguaya
Las mujeres y las niñas representan casi la mitad de la población mundial. A pesar de ello, muchas veces no se toman en cuenta sus necesidades.
ASUNCIÓN, Paraguay - Ale, como llaman a Alejandra Sosa (24), tenía 17 años cuando se incorporó a Somos Pytyvõhára, grupo de adolescentes y jóvenes que trabajan en la exigibilidad y promoción de los derechos sexuales y reproductivos.
Comenzó a recorrer un camino que cambiaría su vida, que la llevaría a fortalecer su empoderamiento y que le brindaría una nueva perspectiva sobre el reconocimiento de sus derechos.
“Sabemos que en Paraguay muchos derechos sexuales y reproductivos no son garantizados y los que sí, tienen violencias estructurales que aún no se logran eliminar. Cuando comencé a reconocer mis derechos sexuales y reproductivos eso me ayudó a construir relaciones más positivas.
El reconocerme como actora política, entender que mi voz vale y que debe ser escuchada, me llevó a entender que puedo incidir en las políticas públicas y que éste es mi derecho”, expresa Ale, quien hoy ha culminado su carrera y se desempeña como periodista.
Se sabe privilegiada por haber accedido a información desde su adolescencia que la llevó a vivir un proceso desde el feminismo que cambió su mirada, viendo cómo lo social atraviesa el cuerpo, ver la violencia y la discriminación que sufren las mujeres y otras comunidades diversas, como el colectivo LGTBIQ+, y reconocerse como feminista.
“Soy feminista, feminista interseccional, porque creo que es necesario entender que no solo la cuestión de ser mujer nos atraviesa, sino que también nos atraviesa nuestra clase social, nuestro territorio, nuestra raza, nuestro color de piel, nuestro acceso al conocimiento.
Ser feminista es un proceso continuo, no puedo decir que con toda la información que tengo ya es suficiente, es un proceso que lo hago colectivamente con mis pares, en los lugares donde milito, en los otros espacios donde estoy habitando como actora social, política”, dice la joven líderesa.
Las mujeres y las niñas representan casi la mitad de la población mundial. A pesar de ello, muchas veces no se toman en cuenta sus necesidades ni se aúnan esfuerzos para aprovechar todo su potencial.
La consecuencia es un mundo en el que se excluye y margina a una de cada dos personas del planeta, un problema que impedirá que todos nosotros, no solo las mujeres y las niñas, disfrutemos de un futuro más próspero, pacífico y sostenible.
La raíz del problema no es otra que la desigualdad de género.
En todo el mundo, esta injusticia generalizada priva a las niñas y a las adolescentes del acceso a la educación y a la salud, exponiéndolas al abuso sexual y a las uniones tempranas y forzadas.
También impide que las mujeres accedan a un empleo digno y decente y obstaculiza su capacidad para tomar decisiones relacionadas con su salud y su vida sexual y reproductiva, exponiéndolas a la violencia y mortalidad materna evitable.
Y lo que es probablemente más grave, impide que el mundo se pregunte o se preocupe por lo que las niñas y las mujeres quieren.
Por ello, en conmemoración del Día Mundial de la Población, este año el UNFPA, Fondo de Población de las Naciones Unidas, pone en el centro del debate cómo la desigualdad de género impacta en la garantía de los derechos de niñas y adolescentes y en cómo esto se traduce en la imposibilidad de construir sociedades más equitativas, resilientes y que aproveche el potencial de todas las personas que las integran.
Paraguay tiene la tasa más alta de embarazo adolescente en el Cono Sur de América Latina, por lo cual ésta es una problemática clara que afecta el desarrollo de niñas y adolescentes.
“Una de las estrategias que podemos utilizar para la prevención es la educación integral de la sexualidad. Y para la prevención se necesita acceder a información, a aprender a cómo cuidarse y así tomar decisiones asertivas”, afirma Alejandra, enfatizando que es preciso brindar herramientas a niñas y niños para identificar situaciones de abuso, a la par de fortalecer el sistema de protección y de respuesta a las víctimas.
Si bien entre 2018 y 2020, a nivel nacional se logró una reducción del 23% en el número de nacidos vivos registrados en niñas no indígenas de 10 a 14 años, en el mismo periodo en niñas indígenas de 10 a 14 años se dio un incremento del 34%.
Estas cifras hablan claramente de la desigualdad en el acceso a educación, salud y protección, además de una mayor vulnerabilidad a situaciones de abuso sexual.
Todo esto, también tiene un impacto económico. Las evidencias del estudio MILENA, realizado por UNFPA, nos muestran que al Paraguay le supone un costo de más de 136 millones de dólares el embarazo adolescente; un poco más de 768 mil millones de guaraníes.
La vida de más de 19 mil niñas y adolescentes, junto a sus hijos y sus familias, y la economía del Paraguay, se ven directamente afectados por esta problemática.
“Tocar el tema de los derechos sexuales y reproductivos en Paraguay es más que un desafío. Si bien encontramos espacios seguros para hablarlos, fuera de ellos aún esperamos que los derechos se vean reflejados en las políticas públicas”, dice Ale. Sostiene que hablar en escuelas y colegios sobre estos temas, así como que las autoridades los reconozcan y se apropien, siguen siendo retos pendientes.
Mientras tanto, organizaciones como Somos Pytyvõhára constituyen espacios de relevancia para seguir abogando por el avance del Consenso de Montevideo, monitoreando los avances y militando por la garantía de los derechos.
“Hacemos talleres de educación inter par, tenemos un servicio telefónico gratuito de par a par, en el que recibimos más de 500 consultas al año y fortalecemos nuestra representación en diferentes espacios, colectivos y movimientos”, nos cuenta Ale, quien como periodista se siente muy orgullosa del trabajo que llevan adelante en redes sociales y con campañas de comunicación dirigidas a adolescentes y jóvenes.
Equipo de redacción UNFPA: Carolina Ravera Castro y Zunilda Acosta.
Fotografías: ©Somos Pytyvõhára/Carol Sotelo.
Pytyvõhára: de la palabra guaraní pytyvõ que significa ayudar; somos quienes ayudamos.