Guardianes tradicionales de la tierra: pueblo Mbya guaraní del Paraguay
A más de 230 kilómetros de Asunción, entre comunidades menonitas y agricultura extensiva, nuestros orígenes se abren paso entre los bosques.
Los Mbya guaraní: Guardianes ancestrales de la tierra y la cultura
De pie y con la frente en alto, desplegándose en toda su dignidad, los Mbya guaraní hacen frente a la lucha por sus tierras, la preservación de su cultura e identidad.
A más de 230 kilómetros de Asunción, entre comunidades menonitas y agricultura extensiva, nuestros orígenes se abren paso entre los bosques, cerca de la ciudad de José Eulogio Estigarribia -también conocida como Campo 9-, uno de los mayores centros de producción e industrialización láctea, harinera y almidón del país.
Allí, en medio de su hábitat natural, comunidades indígenas buscan preservar su cultura, sus formas de vida, idioma y cosmovisión. Allí, dentro de ese paisaje que transmite la perfección de nuestro propio origen e identidad.
De ese sitio emergen los protagonistas de nuestra historia, los guardianes ancestrales de nuestras tierras y de sus territorios. Son los indígenas del pueblo Mbya guaraní, el de mayor población de un total de 19 pueblos originarios presentes en Paraguay.
Para los Mbya, se prioriza la espiritualidad por encima de cualquier otra cosa. Así que no es casualidad que su faceta espiritual constituya, justamente, uno de los aspectos más llamativos y atrayentes de su culturaComienza su ritual religioso, ese que reúne a los miembros de la comunidad en una ronda mientras entonan un canto y danzan al ritmo de la guitarra, la maraca y el takuapu, instrumentos tradicionales elaborados por ellos mismos. El nombre de este último instrumento, por cierto, que es de percusión, se compone de dos términos: “takua” (género de cañas), y “pu” (sonoridad), y produce un sonido tan profundo al percutirlo contra la tierra, que es audible a lo lejos.
El tronco de bambú, en manos de mujeres indígenas, que tiembla en comunión con la tierra y cuyo son ancestral surge de la infinidad de la selva prístina, marca el compás de la historia y brinda un mensaje de divinidad que logra la armonía entre gente y cultura, llegando profundamente a todos los presentes. Ese sonido del fuego Mbya guaraní, ese “bastón de ritmo” que solamente está destinado a las mujeres, sirve como base principal para bendecir cualquier momento, mientras manifiestan otra forma cultural muy valorada por este pueblo como es el baile del Tangará, una danza tribal de entretenimiento y diversión, muy ligada a lo religioso.
En ese momento tan íntimo y especial, el mensaje es contundente: su relación estrecha y armónica con su tierra y su cultura, es su rol fundamental en la construcción de nuestra identidad.
Los pueblos indígenas representan aproximadamente, el 2% de la población del país, según datos del último censo disponible, realizado en 2012.
Ese censo detalla que los pueblos indígenas se distribuyen en 493 comunidades y representan un total de 117.150 personas, de las cuales 48,3% son mujeres. Del total de comunidades, la mayoría dijeron tener problemas con la tenencia de sus tierras. Las causas son muchas: la apropiación indebida por parte de empresarios, la invasión por parte de campesinos, la superposición de títulos de propiedad o el alquiler, o préstamos de tierras a terceros, son solo algunos de sus conflictos, dolorosos, claro está.
Y justamente la pérdida o la falta de control sobre sus territorios y recursos naturales está íntimamente ligada a la situación de pobreza y pobreza extrema que viven, el 75 y 60%, respectivamente, según señaló la relatora especial de Naciones Unidas sobre Pueblos Indígenas, en 20
Durante mucho tiempo, sus tierras estuvieron marcadas por un antiguo sistema que designa nombres a sus árboles y arroyos, de modo a delimitar las tierras de su comunidad, para conocer hasta dónde se extiende su territorio y así poder defenderlo. A veces, los puntos de referencia son los postes del tendido eléctrico, otras los árboles grandes, el inicio de una pendiente o el recodo de un arroyo. Para estos nativos, todo sirve, porque el bosque es su hábitat natural, por lo que preservarlo, hoy es su trabajo principal.
“Nací en el bosque y siempre he vivido en mi comarca, remota y aislada. Mi abuelo y mi padre me enseñaron sobre el bosque, las plantas y cómo protegerlos y cuidarlos porque ahí vivimos, nos da comida, refugio, materiales para construir nuestras casas y plantas medicinales para curar a los miembros de nuestra comunidad”, cuenta Rafael ValdespinoRafael es un técnico indígena de la comarca Embera-Wounaan, de Panamá. Su aventura comenzó en el año 2015 cuando fue seleccionado para participar en un curso sobre sistema de información geográfica, seguido de otros cursos sobre gestión forestal y el uso de drones para el monitoreo forestal. Durante los últimos cinco años trabajó para su comunidad y compartiendo su experiencia con otras comunidades de Panamá. Hoy se encarga de supervisar el monitoreo forestal de su pueblo y les informa a los líderes de la comunidad cuando se encuentra con problemas como la deforestación, los incendios forestales y la tala ilegal. Y en 2017 llegó a Paraguay con el auspicio de un proyecto de FAO, junto a Eliseo Quintero, especialista en monitoreo comunitario de la comunidad Ngäbe, también de Panamá, para transmitir sus conocimientos a indígenas locales.
Durante esta visita, tanto Rafael como Eliseo intercambiaron experiencias con dos comunidades Mbya guaraní, para aprender y discutir, de manera colaborativa y participativa, sobre la importancia de involucrarse en los procesos de tenencia y monitoreo comunitario, abordando, además, los obstáculos y desafíos. La visita obtuvo una buena acogida por parte de las comunidades participantes, que solicitaron incorporar elementos innovadores en la gestión de los recursos naturales en sus territorios.
A partir de ahí, los jóvenes líderes Mbya guaraní entendieron que incorporar tecnología los ayudaría a proteger las tierras que en el pasado fueron ocupadas por campesinos o empresarios, a gran escala.
Ese impulso tecnológico es parte de un proyecto regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura con distintas instituciones del Estado paraguayo –Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), Ministerio de Desarrollo Social (MDS), Ministerio del Ambiente y Desarrollo sostenible (MADES), Instituto Nacional Forestal (INFONA), Instituto Paraguayo del Indígena (INDI), Instituto Nacional del Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT)-, que capacitó a nueve jóvenes de cuatro comunidades Mbya –Ypa’u Señorita, Pindo’i, San Juan, Isla Jovai Teju- del departamento de Caaguazú y a cuatro técnicos indígenas del MAG, en sistemas de información geográfica.
Los monitores toman fotografías usando una aplicación de teléfono celular de puntos de referencia naturales, etiquetándolos con términos ancestrales como “yvyra pyta”, “guajayvi”, “ygary”, “ysongy”, “juhai”, o “inga guasu”. Estos puntos forman automáticamente un mapa para delinear los bordes del terreno.
“Fue fácil aprender, aunque el elemento tecnológico fue más difícil para mí”, se apura en afirmar, entre risas, Rumilda Fernández, una joven técnica y lideresa indígena que asegura que nunca antes había usado una computadora ni un GPS y que gracias a este intercambio y las posteriores capacitaciones aprendió que su teléfono celular puede ser mucho más que solo entretenimiento. “En lugar de usarlo solo para Facebook o WhatsApp, mi teléfono también es mi herramienta para monitorear el bosque. Ahora lo puedo usar también para ayudar a mi comunidad a monitorear nuestro territorio y eso es algo de lo que estoy realmente orgullosa”, agrega.Hoy, dos años después de aquel intercambio, y luego de un largo proceso que implicó visitas regulares, diálogos, y capacitaciones constantes, los técnicos indígenas se encuentran más empoderados que nunca.
Todos ellos, junto a sus familias, nos representan. Su identidad es lo que los define como colectivo y a la vez, nos define a nosotros como individuos.
Cada uno de ellos, desde el lugar que les toque actuar, dan batalla contra la desigualdad, el racismo y la pobreza. Y si bien hoy están sufriendo el avasallamiento territorial, ellos están dispuestos a hacerle frente para defender sus tierras y enseñarnos que la identidad no se negocia ni tiene fecha de caducidad.