Liz, la historia de una joven productora en un humilde asentamiento en Paraguay

Cultivando vegetales en su huerta contribuye a generar ingresos adicionales para su familia y a consumir alimentos más sanos.
A menos de una hora en coche de la capital de Paraguay, Asunción, y más concretamente a las afueras de la ciudad de Luque, se encuentra el asentamiento Virgen de Caacupé, un conjunto de humildes viviendas donde habitan 256 personas de escasos recursos, muchos de ellos pequeños agricultores e indígenas.
Allí, en una pequeña casa colorida y bellamente adornada con plantas, vive Liz Yegros, una joven de 27 años convertida en hortelana gracias al proyecto “Mi Huerta”, implementado por el Gobierno Nacional a través del Ministerio de Desarrollo Social, con Financiamiento de la Itaipu Binacional y ejecutado por la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS, por sus siglas en inglés).
A través de esta iniciativa, que busca la reactivación económica y seguridad alimentaria de los participantes en el Programa Tekoporã, Liz decidió empezar a cultivar vegetales para reducir los gastos de su familia y consumir alimentos más sanos en una época difícil para la población paraguaya a causa de la pandemia.
Hace casi cuatro meses que comenzó su huerta, luego de que la contactaran para formar parte del proyecto, lo cual aceptó sin dudar. Como madre de un hijo de ocho años y al frente de un hogar con pocos recursos donde vive con su pareja y otro familiar, comprendió que se trataba de una propuesta que no podía dejar pasar.
Hoy, locotes, repollos, tomates y lechugas crecen saludables y fuertes en la huerta de Liz, que ya planea sembrar nuevamente acelgas tras consumir toda la plantación anterior. Contenta, comenta que sus hortalizas no solo benefician a su familia sino también a varios vecinos de su comunidad, ya que diariamente vende lo que le sobra para generar ingresos extras en su hogar.

“Estoy muy feliz por esta oportunidad, nunca había hecho algo igual. Es una experiencia nueva para mí y estoy muy agradecida”, expresa la joven con orgullo mientras observa la belleza en la que se ha convertido su huerto.
Así, cada mañana, Liz dedica unas horas al cuidado de sus cultivos, lo que implica el riego, el abono y la prevención de plagas, entre otras atenciones.
Antes de implementar su huerta, se consagraba enteramente al mantenimiento de su vivienda y al cuidado de su hijo. Ahora, mediante el proyecto, cuenta con un nuevo trabajo que no solo le permite realizar ambas tareas sino también obtener ganancias, fruto de su empeño.
“Ya no voy a dejar este trabajo porque me es muy útil, quiero continuar y dedicarme a esto permanentemente”, manifiesta. “Nosotros casi ya no compramos verduras, comemos las que tenemos en nuestra huerta”, agrega.

Como Liz, otras familias del asentamiento han implementado las huertas y en muchos casos se apoyan para obtener los mejores resultados, teniendo en cuenta los percances que pueden experimentar los cultivos.
“Es muy importante tener una huerta propia, nos trae menos gastos y estamos seguros de que lo que comemos es saludable. Me gustaría que más personas puedan acceder a esto”, mencionó Liz.
Cerca de 5500 familias vulnerables en los 14 departamentos de la Región Oriental ya cuentan con una huerta propia
La iniciativa empezó la primera etapa de su implementación en septiembre de 2020, beneficiando con éxito a más de 1.400 familias en los primeros meses. Se amplió en el año 2021, beneficiando a más de 4.200 familias. En total, más de 5.400 familias fueron beneficiadas en todos los departamentos de la región oriental del país, 90% de ellas lideradas por mujeres.
Como parte de la implementación del proyecto, los beneficiarios participan de varias capacitaciones en las que aprenden sobre técnicas de cultivo y cuidados, además de planificación administrativa con el objetivo de que puedan seguir trabajando tras la finalización del proyecto. Asimismo, el proyecto incluye el reparto de insumos como semillas y plantines, fertilizantes foliares, fungicidas, tejidos de alambre, bandejas de plástico, regaderas y mallas media sombra.

Más de un año después de la puesta en marcha de la iniciativa, un total de 5.454 familias de distintas zonas del país se han beneficiado del proyecto. Entre ellos se encuentran campesinos y nativos, y del total, 90% son mujeres.
Incluir a las mujeres jóvenes del medio rural en el bono demográfico paraguayo
Paraguay cuenta hoy con una población altamente significativa de adolescentes y jóvenes que constituye una potencialidad estratégica para contribuir al desarrollo del país, un fenómeno conocido como “bono demográfico”. Según el informe “Juventud paraguaya”, publicado recientemente por las Naciones Unidas en Paraguay, el 27% de la población total son jóvenes de entre 15 a 29 años, y se espera que su representación siga aumentando.
Para alcanzar los beneficios plenos que supondría la participación laboral juvenil en la economía se deben reducir las brechas de género entre hombres y mujeres, así como las diferencias entre las juventudes rurales (35% de la población juvenil total) y urbanas (65%), tal cual especifica el informe.
Sin duda la historia de superación de Liz es un ejemplo a seguir en el fomento de la igualdad de género, la reducción de las desigualdades y la lucha por acabar con la pobreza. Sin embargo, los desafíos persisten especialmente entre las mujeres jóvenes de los entornos rurales, por lo general indígenas o campesinas.
Según este documento de la ONU, uno de los desafíos clave es la inclusión y representatividad de mujeres en el sector agrícola, máxime teniendo en cuenta que las principales oportunidades de empleo e inserción laboral en el medio rural se concentran en el sector primario.
Algunos resultados se muestran optimistas -se ha logrado el 30% de participación de mujeres rurales a través de los proyectos de UNOPS y se ha fomentado su inclusión en las Escuelas Agrícolas-, pero se requiere una estrategia nacional y transversal para enfrentar este desafío.
Esta brecha de género, expresada en términos salariales y de empleabilidad, se explica por la ausencia de políticas y sistemas de cuidado, las normas sociales en la división sexual del trabajo en el ámbito de las familias, las altas tasas de embarazo adolescente, y la alta carga de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado a cargo de las mujeres, que puede llegar hasta las casi 37 horas semanales.
A todo ello se une una desigualdad de oportunidades entre el entorno rural y urbano con respecto al acceso a la educación formal, una cifra más preocupante en el caso de los jóvenes indígenas, ya que casi el 50% no reciben ningún tipo de educación, una situación agravada en pandemia.
Pero historias personales como Liz, la joven hortelana del asentamiento de Virgen de Caacupé, nos recuerdan que el país paraguayo puede y debe aprovechar su alta representación juvenil para impulsar un futuro económico de recuperación de la pandemia sin dejar a nadie atrás.